“¡Yo no!” respondió Javier. “Este fin de semana voy a salir de viaje con mi esposa y los niños.”
Ana María dijo: “Yo tampoco puedo, hace dos semanas estuvo conmigo y tengo muchas tareas pendientes en casa. ¡Mamá es una tarea más!”
José, viendo a su madre sentada en un rincón con lágrimas en los ojos, corrió hacia ella y le dijo: “Mamita, mejor quédate conmigo, así puedo tenerte solo para mí.”
La hija de José, una joven de 19 años, se acercó y le tomó las manos diciendo: “Abuela, ves que tus hijos no quieren estar contigo, pero tú estás mejor aquí en casa, con papá y mamá. Vamos a jugar con las muñecas, cuéntame esas historias que tía Ana María dice que son aburridas pero que a mí me encantan. Hagamos los pastelitos favoritos de tío Javier y la sopa de fideos con pollo que le preparabas cuando estaba enfermo de pequeño. Péiname y trénzame el pelo con los listones de colores que a tía Ana María no le gustan, pero que a mí me parecen lindos. Abuela, quédate aquí con nosotros y en las noches danos la bendición.”
“No importa que se te olviden las cosas, o que se te caiga la comida, o que repitas mil veces la misma frase, o que tus manos tiemblen. Si a papá y a mamá no les importa, nosotros somos felices contigo. Aunque tío Javier y tía Ana María digan que ahora eres como una niña y que deberías estar en un lugar donde te cuiden mejor, papá no lo hará. Dice que ahora le toca a él cuidarte, ayudarte a caminar, limpiarte la boca, escucharte sin cansancio y ponerte los zapatos, como tú lo hacías cuando él era pequeño. ¡Abuela, ahora tú eres nuestra niña y te cuidaremos con todo el amor y cariño que nos diste!”
Todos se quedaron en silencio. La abuela dijo: “En los años 1920, mi padre…” Y todos se sentaron a su alrededor, Javier y Ana María con lágrimas en los ojos, arrepentidos de lo ingratos que habían sido con su madre. José, como siempre, atento y amoroso a todo lo que su madre hacía y decía.
Es importante reflexionar sobre el ejemplo y la enseñanza que damos a nuestros hijos con el trato que damos a nuestros padres, pues el tiempo nos alcanzará y también nosotros nos convertiremos en niños.
La abuela murió al año siguiente, rodeada de amor y cariño, pero en la casa de José, cada día llega una hermosa paloma blanca que se queda con ellos hasta el atardecer y luego se marcha volando alto hacia el cielo. La hija de José dice: “Abuela, no te preocupes, yo cuidaré de mi padre como él lo hizo contigo.”
Si la tienes aun con vida, ve y dale un abrazo de mi parte a tu abuelita…
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